Ø Ayuda saber que en el
idioma hebreo, la lengua original de este mandamiento, “honrar” (Kabad)
a nuestros padres es reconocer que son personas enriquecidas de valor y personas de importancia.
Ø En el Antiguo
Testamento, honrar a los padres se consideraba algo tan sagrado y solemne como la observancia misma del santo sábado.
Levítico 19:3 confirma: “Cada uno temerá a su madre y a su padre, y
mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios”.
Ø Así lo entendió y
practicó el rey Salomón, quien al recibir la visita de su madre en el palacio “se inclinó
ante ella” y la hizo sentar a la diestra
de su trono (1 Reyes 2:19).
Ø Con mucha razón
entonces escribió más tarde: “alégrense tu padre y tu madre, y gócese la
que te dio a luz” (Proverbios 23:25). Para el sabio, no hay edad en la que los padres no sean objeto de
honra.
Ø En Proverbios 23:22
instruyó: “cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies”.
Ø Despreciar es cortar de tajo; en cambio,
menospreciar es herir por partes. En cualquiera de los casos es
despojarlos del valor que Dios les concedió. Despreciar es lo opuesto de “honrar”. Toda deshonra a los padres,
según el pasaje del Antiguo Testamento, hace “maldito” al hijo que lo comete
(Deuteronomio 27:16).
Ø Toda maldad hecha
contra los padres, es denigrante para el hijo que la practica. Advierte el
verso bíblico: “El que roba a su padre o a su madre, y dice que no es maldad, compañero
es del hombre destruidor” (Proverbios 28:24).
¿CÓMO
HONRAR A LOS PADRES?
1. Honrar a padre y a madre significa
obedercerles
“obedeced en el Señor a vuestros
padres” (Efesios 6:1). La palabra “obedeced” significa “escuchar”. Ésta palabra se usaba para
describir al portero que se aproxima a la puerta para escuchar cuidadosamente
quién toca, y se refiere también a la capacidad para seguir estrictas
instrucciones como las órdenes militares.
La obediencia de los hijos a los padres debe ser “en todo” (Colosenses
3:20). Felizmente, Efesios 6:1 contiene una aclaración: La obediencia de los hijos a los padres está limitada a lo que es “en el
Señor”.
En otras palabras, ningún hijo está en la obligación de obedecer a sus
padres cuando lo que se le pide va en contra de lo que Dios, “el Señor”, nos
dice en su Palabra. En tales circunstancias, vale reconocer que es “necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres” (Hechos 5:29). Nuestra
lealtad a Dios, nuestro Padre celestial, está por encima de nuestra lealtad a
los padres terrenales y por encima de cualquier vínculo humano.
Pero el pasaje en
Efesios 6:1, ahora la segunda parte, aclara la razón de la obediencia: “porque
esto es justo”. Tenemos una vida derivada de nuestros padres. Es justo
y razonable entonces que les retribuyamos con la obediencia. La obediencia de
hijos a padres es una expresión de equidad
natural.
2. Honrar a padre y a madre significa
respetarlos
El lenguaje que usamos, los
gestos, el trato que les damos cuando fallan y se equivocan, todo debe estar
saturado de total respeto. Sencillamente, no debemos ofender a nuestros
padres bajo ninguna circunstancia. Cuando explicó este mandamiento,
Jesús dijo: “Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que
maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente” (Mateo 15:4).
Esto quiere decir que no darles a los padres el respeto debido es un asunto
sumamente delicado. Maldecir incluye toda forma de irrespeto: desde herirles
hasta mentirles, desde denigrarles hasta gritarles.
- Honrar a padre y a madre significa cuidarlos
Además de tratar con buenas palabras a nuestros padres y de obedecerlos,
hace falta ir a lo práctico, al tema de su sostén material, particularmente en
su tercera edad. Pablo escribió: “Pero
si alguna viuda tiene hijos o nietos, ellos deben ser los primeros en ayudarla
en todas sus necesidades, así como ella antes los cuidó y ayudó” (1 Timoteo
5:4). Pablo invoca aquí el argumento de la remuneración para recordarnos a los hijos que nuestros padres ya
nos pagaron por adelantado lo que nosotros debemos hacer hoy por ellos.
Mientras reflexionamos sobre este mandato de la ley de Dios, el primer mandamiento con promesa (Éxodo 20:12; Efesios 6:2), ascendamos la cuesta del Calvario con nuestros padres en mente. Y al llegar frente a las tres cruces, contemplemos y admiremos a Jesús, quien, aunque rodeado de negras penumbras, iluminó el futuro de su madre poniéndola bajo el cuidado del discípulo amado. E inspirados por este santo ejemplo, descendamos en búsqueda de nuestros padres y, con la ayuda de Dios, decidamos ser hijos e hijas amantes, como lo fue Jesús
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